'Retrato de Santiago Rusiñol' / 'Santiago Rusiñol tecleando un piano', por Ramon Pichot

Pieza: Retrato de Santiago Rusiñol, por Ramon Pichot

Fecha: 1898

Técnica: Dibujo a lápiz carbón

Medidas: 51 x 32 cm

Colección: Colección Santiago Rusiñol. Museu Cau Ferrat. Núm. de inv. : 32.137

Pieza: Santiago Rusiñol tecleando un piano, por Ramon Pichot

Fecha: 1898

Técnica: Dibujo a lápiz carbón

Medidas: 20,7 x 43,2 cm

Colección: Colección Santiago Rusiñol. Museu Cau Ferrat. Núm. de inv. : 30.789

Descripción y contexto histórico

Nunca se me había ocurrido pasear por el Cau Ferrat intentando buscar la imagen de su propietario. Hasta hoy. Como siempre, pocos visitantes que dificulten la visita, como siempre, también, la sensación de novedad: unas piezas que se imponen más que las otras por una luz diferente que las destaca, por un interés distinto del que mira, por un estado de ánimo especial... qué sé yo. En cualquier caso, esta vez me dirigía al Cau con un idea concreta. De las imágenes de Santiago Rusiñol que hay colgadas en las paredes de la casa-museo del artista- por lo menos hay seis de Ramón Casas, tres de Ramón Pichot, una fotografía de Napoleón, un recorte de periódico enmarcado, una silueta del busto de Rusiñol, recorte en papel negro sobre fondo blanco, un retrato de la época de la Académie de la Palette firmado por un enigmático M. T. Muller-, me interesaba volver a ver este último.

Con dedicatoria del autor "À l'ami Rusiñol" y con fecha de 1892, es seguramente uno de los retratos menos conocidos del artista catalán, realizado por uno de los compañeros de la academia de pintura, dirigida por Gervex y donde corregían Carrière y Puvis de Chavannes, que frecuentó Santiago Rusiñol los primeros años de su estancia en París. Cogido de cuerpo entero, los treinta años cumplidos de Rusiñol se presentan arrogantes ante el espectador ocasional, que tropieza con el dibujo en la sala del piano del Cau, ubicada en la planta baja del edificio, si los ojos no se van automáticamente hacia la urna que contiene la paleta del artista situada justo debajo del retrato. Lleva el pelo corto, la barba recortada, y tiene la mirada penetrante, con ese punto de distanciamiento que impone la sonrisa "sólo que los ojos"-que diría Carner-casi imperceptible y sin embargo antídoto eficaz contra el mal de trascendencia. En estos momentos, Rusiñol vive una parte del año en Montmartre, escribe las Cartas desde el Molino que publica regularmente en La Vanguardia, participa activamente en el movimiento modernista orquestado desde la revista L'Avenç, frecuenta Sitges y convierte cada una de las sus estancias en Barcelona, con exposición obligada en la Sala Parés, en un motivo de épater le bourgeois. El carbón de M. T. Muller capta el aplomo y la seguridad de quien sabe que ha emprendido el camino adecuado, que no se arrepiente de nada y que está dispuesto a comerse el mundo, más o menos como el retrato al óleo que, dos o tres años antes, justo al inicio de su aventura artística, le hizo su inseparable Ramón Casas.

De la sala del piano, he pasado sin solución de continuidad a la obra de enfrente, donde se conserva la cama donde dormía Santiago Rusiñol cuando pasa los días en el Cau Ferrat. La habitación da directamente a la calle. A través de las cortinas de gasa blanca, entra una luz tamizada, mate. Me recuerda la sinfonía de blancos del cuadro La convaleciente, un interior de Sitges. La cama, separada de la antecámara por un cortinaje de color ocre, queda a mano izquierda. Busco las mesitas de noche. Hay quien dice que las fotografías sobre la mesita de noche sólo se pueden mirar: nunca preguntes nada. En vano. Lo veo al lado de la ventana: un retrato al carbón del mismo señor del Cau Ferrat. Aunque joven, con el pelo negro y ondulado, notablemente más largo que en el retrato anterior, y con una barba que se confunde con el lazo que se insinúa bajo el abrigo abrochado hasta el último botón, Rusiñol tiene la mano izquierda dentro de la bolsillo y la derecha, fina, con dedos de pianista -el pulgar escondido entre los botones del abrigo-, sobre el pecho. Ya se ha dicho: como el famoso retrato de El Greco que Santiago Rusiñol había copiado no hacía mucho en el Museo del Prado y que ahora cuelga en una de las paredes del piso superior del Cau. ¿Un guiño entre retratista y retratado? Probablemente.

El autor del retrato, Ramón Pichot, diez años más joven que Rusiñol, fue uno de los asiduos del Cau Ferrat en su época de esplendor. Participó activamente en la organización de la tercera Fiesta Modernista, en el verano de 1894, fue uno de los portadores de los cuadros de El Greco hasta el Cau, y compartía con el líder del Modernismo la aventura del artista moderno. Formó parte de la comitiva que acompañó a Rusiñol en su viaje a Andalucía y colaboró estrechamente con el artista en la realización de uno de sus proyectos más importantes relacionados con las teorías sobre el Arte Total, que en aquellos momentos Rusiñol propugnaba, cubierto con el ropaje del sacerdote del arte, en todas partes. Fulls de la vida, uno de los libros más importantes de Santiago Rusiñol, donde recoge los relatos breves, cuentos, apuntes autobiográficos, prosas poéticas y poemas en prosa de factura simbolista decadentista que convierten al artista en uno de los referentes indiscutibles de la modernización cultural en el Estado español, aparece ilustrado con grabados de Ramón Pichot.

Publicado en 1898, Fulls de la vida es una obra programáticamente moderna que, con perspectiva histórica, hay que leer en clave regeneracionista. A pesar del decadentismo estético dominante. Es un libro inseparable de propuestas artísticas y literarias similares, como España negra, con textos del belga Émile Verhaeren y ilustraciones de Darío de Regoyos, publicado también en 1898, o de las pinturas que Ramón Pichot expuso en Madrid con el título de La España vieja, o de la interpretación que hace de la pintura de El Greco el crítico Raimon Casellas en términos de "realismo paradójico", una de las vías de superación del realismo caduco que sacudían Cataluña, o de las probaturas que hace durante estos años en Barcelona el joven Picasso. Y, naturalmente, es inseparable de la misma producción pictórica de Santiago Rusiñol en 1897: además de los jardines, cada vez más abandonados, más lúgubres y más cerrados, Rusiñol pinta la serie de los monjes de Montserrat con títulos tan significativos como Paroxismo, Éxtasis, Un novicio o El místico, además del magnífico retrato de Modesto Sánchez Ortiz. Todos ellos depositados en el Cau Ferrat.

Los ojos de los retratados es lo que destaca de todas estas pinturas y lo que, al mismo tiempo, las enlaza con el retrato que Pichot hizo de su autor: los ojos acongojados los "despiertos entre dormidos", de las almas en pena de los “locos y decadentes” que leen y escriben libros de encantados "donde no se leen de ningún tipo", de los tocados del don de la lucidez que permite traspasar las capas de prejuicios y certezas que envuelven la mayoría de las personas y que los exponen al impacto de la verdad: la tarea que se imponen, en el cambio del siglo XIX al XX, al artista y al intelectual actual moderno.

"Los que buscan la verdad merecen el castigo de encontrarla", recuerdo que escribió Rusiñol, al cabo de muchos años, en una de sus Màximes i mals pensaments, cuando salgo del Cau aún bajo los efectos de los ojos del retrato.

Bibliografía básica:

AADD. El Greco. Su revalorización por el Modernismo catalán. Barcelona: MNAC, 1996.

CASACUBERTA, Margarida. Santiago Rusiñol: vida, literatura y mito. Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1997.

FONTBONA, Francesc (dir.). El Modernisme. Pintura i dibuix. Barcelona: L’Isard, 2002.

LAPLANA, Josep de C.; PALAU-RIBES, Mercedes. La pintura de Santiago Rusiñol. Obra completa. Barcelona: Editorial Mediterrània, 2004 (3 vol.).

PANYELLA, Vinyet. Santiago Rusiñol, el caminante de la tierra, Barcelona, Edicions 62, 2003.

Autoria de la fitxa: Margarida Casacuberta